jueves, 31 de octubre de 2019

Vicente.

Noche blanca. Luna redonda y llena.
Ya sopla la brisa dulce y certera.
La magia nace y muy dulce ya espera.
Y el amor brilla , no existe la pena.

Amor puro que muy alto ya vuela.
Amor que ya cruza la noche bella.
Y como la luz de una fiel estrella
un niño hermoso ríe, a todos desvela.

A sus vidas, vida nueva ora llega.
Sus ojos de cielo el día siempre anuncia,
ojos de vida que ya nadie niega.

Y el niño travieso sigue soñando.
Han pasado cincuenta hermosos años.
Cincuenta años eternamente amando.

Martín Paredes.










El ánima de Terrazas. Cuentos del lagarto.


Existe en la ciudad de luz del Santo Rostro un antiguo y hermoso palacio: de los condes de Terrazas lo llamaban y aún, creo, se conoce por ese noble apellido: blasón eterno de un Jaén adelantado nacido al pie del vetusto monte de Santa Catalina.
Tiene un patio porticado que hace las delicias del poeta y del pintor. Los lienzos más sobrenaturales y las rapsodia más hermosas han sido hechas en su dócil quietud, al amparo de una fuente de agua cristalina y pura.
Llevaba mucho tiempo la casona en ruinas, hasta que gracias a la escuadra mágica de un insigne arquitecto volvió a recuperar su vida y su antigua belleza de rosa amanecida.
Pero como todos los inmuebles del viejo Jaén, el noble pedrusco, nuestro palacio, también tiene su leyenda: quizá un poco tetrica, o más bien, podíamos calificarla como gótica; y siempre romántica como las leyendas bequerianas.

Cuentan las viejas del lugar, a la vez que oran desde su cancela, mirando al convento de los Carmelitas Descalzos- amando a Jesús- que cuando la noche llega y la bruma del húmedo arroyo de los Escuderos aparece, ven salir del mágico palacio- hoy convertido en una residencia de ancianos- el fantasma o el ánima de una mujer de mediana edad: su cara pálida, arrugas en las manos, y su pelo negro, el cual adopta la forma de una venenosa serpiente.

El secreto debía ser descubierto: era pues necesario, convocar a mi amigo el lagarto: cuya morada esta vez, iba a estar en un lugar distinto.
En la opacidad mágica de la noche, al tiempo que la luna llena rompía el corazón de las tinieblas, anduve ligero hacía el arrabal de San Miguel: la iglesia se presentó en su real y armónica forma- por un tiempo su estado ruinoso desapareció- .
La niebla alargando la solemnidad de sus brazos arropó todo el viejo arrabal. Y de nuevo el jurásico animal- transformado en el famoso sacristán de San Miguel- asomó por el umbral de la pétrea iglesia.
A pesar de estar acostumbrado a los trucos de mi verde amigo, siempre consigue asombrarme con sus sorpresas antologicas. Esta enésima aparición vino acompañada de un melodioso canto gregoriano que se desplazaba armónicamente entre las laberínticas y estrechas calles del arrabal.
Atravesamos, pues, los dos ,con una mágica celeridad el viejo Jaén: la plaza del pato, la calle del Doctor Martínez Molina, y la plaza sin Audiencia, conservaban en este hermoso sueño sus bellas edificaciones y sus adorados adoquines. Nuestro destino: la casona de los Terrazas.
Mi lagartiano amigo, me iba a desvelar el antiguo secreto. Me iba a explicar el porqué de este extraño y fantasmal suceso. Y porque no está recogido en las brillantes crónicas jaencianas.
La Catedral inmóvil en su belleza de lienzo antiguo nos detuvo durante un instante: era necesario recobrar la paz dormida y olvidada.
El palacio nos esperaba con ansiada calma: atravesamos su noble puerta y claudicanos ante la hermosura se su patio. El sacristán y yo, sentados en un banco esperamos en la quietud mágica de la noche .
Y apareció mi fantasma: arrastrando una pesada Cruz, y sus tobillos reos de unas inmensas cadenas. Su voz apagada, recitaba una antigua oración para así expiar todas sus culpas.

Desde esa noche, cuentan ,ahora si, las crónicas de mi Jaén, que en el antiguo palacio de Terrazas, antes de ser noble casa, una mujer casi joven, muy atrevida y malvada, regentaba un asilo de ancianos: sus obras poco piadosas y abominables a los ojos de Dios, la condenaron a vagar eternamente con una Cruz a cuestas y encadenados sus pies, para redimir sus culpas.
Y es en las noches de luna llena, cuando este inquieto espíritu, procesiona desde el palacio hasta el convento de los Carmelitas Descalzos, para postrarse a los pies de Jesús el Nazareno . Y pedir perdón por sus pecados.

Amanecía, otra noche más de insomnio, el día de todos los Santos había llegado . Ciertamente mi amigo nunca dejaba de sorprenderme.
Esperemos que la historia no se repita. Actualmente el palacio de los condes de Terrazas es una casa de venerables ancianos .


Martín Lorenzo Paredes Aparicio. 30 de Octubre de 2019. Vísperas de todos los Santos .
Dedicado a una mala persona que está en Jaén, pero no es del terruño, y que está haciendo daño a mucha gente

domingo, 27 de octubre de 2019

El camposanto olvidado. Cuentos del lagarto.

Es noviembre y es tiempo de melancolía. El pensamiento igual que la noche llega temprano: es una actividad hermosa dotada de un ritual que solo los iniciados saben como culminar: es preciso para tal cuestión ser un personaje puro y noble. No me estoy refiriendo al poeta o al pintor que es capaz de mudar al lienzo las hojas amarillas caídas en la tarde.

La noche cerrada y en el centro del castellano salón, en una corrala de vecinos, frente a un edificio sin significado- antes si decía algo, pues existía la hermosura de la piedra del Convento de San Agustín- una gran familia reza en torno a la memoria cotidiana y mágica de todos los Santos. La oración elevada a la inmensidad nocturna del cielo se convierte en melodía, mientras las velas que recuerdan y llaman a los difuntos crepitan con pausada alegría: es luz antigua que invoca al ser amado desde que el tiempo es la más larga de las noches.

La niebla vuelve con suavidad a buscar el suelo del viejo Jaén: es fina, sus brazos solemnes piden que el convento trinitario retorne otra vez; que su portada dócil y sobria llame la atención de la luna. Y el lagarto asome su verde piel por los raudales del poblachon jaenes.
La torre del Concejo, guía y vigilante nocturno, recuerda en la memoria de su reloj sin cuerda, las veces que el jurásico animal asciende desde las entrañas a la superficie de esta ciudad lisiada y descuidada por aquellos que mandan y oprimen: su corazón ya no resiste tantas promesas incumplidas.
Pero todavía queda esperanza: no en el poeta, ni en el pintor, ni en el músico, ni en el cantero, sino en ese personaje melancólico y puro en la que la belleza escondida de Jaén asoma por sus ojos: azules y tiernos, en íntima conexión con el Creador, que lo cuida y protege; y a él le encomienda la tarea más hermosa.

El lagarto salió por la puerta principal del convento. Esta vez no hubo transformación de mi amigo al cobijo de la llena luna; mientras esta en pleno éxtasis coronaba el cerro de Santa Catalina. Y la Cruz parecía querer desclavarse de la piedra y ascender al cielo para buscar al único que entendió su misterio. Invocó, pues el lagarto,
llamó, a Don Manuel López de Lara, arquitecto célebre, creador del abandonado y olvidado cementerio de San Eufrasio.

Ernesto miraba a través del cristal de la ventana: sus ojos alcanzaban el corazón del histórico Jaén. Notó la alteración nerviosa de la torre del Concejo: el reloj sin cuerda comenzó a respirar. Solo unos pocos como nuestro amigo son capaces de percibir tal milagro.
Los mágicos hechos acababan de empezar.
Ernesto desde lo más profundo de su corazón, sabía que algo ocurriría. Alguien le debía algo desde que era un niño. Y quizá esta noche seria la idónea para pagar esta deuda amarga y pesada.
En lo más hondo de su alma existía una huella dispuesta a ser borrada.
La oración llegaba a su fin. Ernesto reunió nuevamente a su familia y la cena agrupó las conversaciones más sinceras y bellas: la alianza volvía a renovarse. El clan nunca había estado tan unido.

La niebla acarició la fachada del convento de San Agustín y con ternura miró de frente y empezó a ascender lentamente por los peldaños de la corrala. Con sutileza entró en el hogar de Ernesto y conquistó el salón. Este mágico sueño solo fue advertido por nuestro protagonista: la familia seguía plácidamente sentada alrededor de la mesa.
La niebla en otra de sus bellas transformaciones apareció ante los ojos de Ernesto: Don Manuel con la cortesía natural del XIX presentó sus respetos a Ernesto. Y con la dulzura de un caballero antiguo le invitó a dar un paseo que nunca olvidaría.

Ernesto mientras salía de su casa, acompañado del ilustre personaje, pudo verse sentado conversando con sus hijas en el noble salón: el lagarto había realizado otro truco antológico: el tiempo y el espacio se confundieron para crear el juego más mágico y real.

Se dirigieron ambos con calma al cementerio viejo: los ojos azules de Ernesto y de Don Manuel alumbraban la negrura de la noche.
El miedo desaparecía, siendo sustituido por una calma cariñosa: el corazón ya no estaba en alerta, solamente preparado para las más bellas e increíbles sorpresas.
Atravesaron la puerta del cementerio, después de rezar un viacrucis ante el Cristo de la ermita del Calvario.
El frío inicial de la noche, se tornó en una calidad fragancia. Admiraron la hermosura derrotada de los nichos y mausoleos, la tristeza de los grandes panteones; la decadencia elegante del camposanto.

La sorpresa estaba a punto de producirse: repentinamente el eco de unos pasos rompió la quietud serena de la noche: dos figuras se acercaban por la diestra a nuestros amigos.
Ernesto no pudo disimular su asombro ante tan magna aparición : Don José Nogue y Don Bernardo López, con una inclinación decimoniana saludaron a los dos visitantes. La reunión fue triste y alegre a la vez: verso sobre el viejo Jaén. La nostalgia de lo bello logró imponerse y el silencio volvió a reinar: el pintor y el poeta suplicaban por la recuperación de la decencia del viejo cementerio de San Eufrasio.

Aún queda el verdadero milagro: una figura blanca, de pelo negro, de ojos grandes como la luna apareció por el pasillo central del camposanto. Del cielo una estela de luz descendía. Su belleza de Ángel rompió el corazón de la luna.
Se acercó y con dulzura abrazó a Ernesto; fue un abrazo puro, profundo, de amor verdadero: los ojos del buen hombre y de su madre se encontraron en el ascendimiento más hermoso.

Ernesto seguía en la vieja silla de su salón. Al lado sus cuatro hijas y su esposa Pilar. Y los nietos y los cuñados, cerca, contemplando la unión inquebrantable del clan.

La niebla desapareció: Don Manuel partió hacía el despierto cielo y el lagarto descendió a la campiña, al valle. Necesitaba hablar con el Creador.

A Ernesto.

Martín Lorenzo Paredes Aparicio. 12 y 13 de Octubre. Plaza Rosales. Otoño 2019.

domingo, 20 de octubre de 2019

Reo eterno.

Nos os vayáis y observad el Santuario- antiguo Convento de los Carmelitas Descalzos- en sus entrañas brilla la belleza antigua de un camarín, de una capilla construida con la sangre derramada por un capitán. Su historia es real, ya la conocéis .

Es medianoche, traspasad el umbral del convento y mirad: un hombre de 33 años está llamado a coger una cruz. Solo el puede descifrar el misterio de ese madero. A su lado, otro hombre, espera escondido en una débil penumbra: se llama Simón el de Cirene. Y su victoria es poder ayudar a ese hombre que llaman Jesus a cumplir con la tradición.

¿ Cuántos Viernes Santos necesitara pasear ese hombre su hermosura para poder redimirnos?

Ya traspasa el umbral de la piedra antigua: no arrojeis claveles a su cansado rostro . Guardad vuestras emociones para el que verdaderamente las necesita: Él quiere caminar solo con su amigo. La Cruz ya no le pesa después de tantos siglos. Le duele nuestra desidia e incapacidad para amar al que lo necesita.
Dejad libre la saeta, que esta madrugada la voz rasgada se pierda por el monte.
Esperad a que salga y después iros: la sombra de la Cruz quizá os dé amparo en esta noche cerrada. La luna velará por Él. No tengáis miedo y marchaos.
Dejad que cruce solo la mansedumbre del cantón. Y cuando descubra la luz eterna de la Merced no lo miréis: que sus lágrimas hermosas se viertan con calma en la fuente nueva.

Pronto amanecerá y en el retorno más pacifico y hermoso buscará nuevamente la puerta antigua del camarín: no lo esperéis. Él volverá cansado con su bella mirada. Y el alto cielo pronunciara el nombre más hermoso: Jesús de los descalzos, hijo de Dios y reo de todos los jaeneros.


Martín Lorenzo Paredes Aparicio. 21 de Octubre de 2019. A Jesús de los Descalzos. 

sábado, 19 de octubre de 2019

Lluvia de Otoño.

Abro la ventana . Luz blanca arriba en el cielo. Y la lluvia de otoño por fin empapa la plaza. La hoja caída se desliza por el río transparente de la calle.
Alguien mira, desde otra ventana- frente a la mía- escondido en una débil penumbra. Quiero pensar que el humo del cigarro lo delata.
Su silueta planea altiva por una habitación desordenada. Imagino como es su desnudez: clara y pura, dibujada en un espejo.
Y al lado un libro abierto por la página
dónde el amante juró amor eterno.
Otra luz me aleja de este sueño y con calma desciendo como un ave a la plaza.
Esta vez es ella ,me espera: la lluvia ha cesado de repente y los árboles del lugar retienen con dulzura las hojas. El río transparente ha olvidado su camino y ya no es necesario cruzarlo.
Necesito oír su aliento y oler su dulce voz. Asiente débil.
Y entonces me acerco. La plaza se ha convertido en un inmenso jardín .
En el centro una fuente. Y ella tendida al fresco pinta mi nombre en el lienzo azul de la mañana.


Martín Lorenzo Paredes Aparicio . Jaén a 20 de Octubre de 2019. Primeras lluvias de otoño . A Natalia. 

domingo, 6 de octubre de 2019

Lagarto X. Jabalcuz

La belleza descuidada de la mañana ya comenzaba asomarse por oriente: los primeros rayos de sol apuntaban hacia mi montaña.
El sueño dulce y ligero, plácido como el agua que canta en la fuente. Un sueño hermoso, igual que los ojos del verde animal.
Otra vez más,la mágica señal: la niebla se hace fuerte- y aún estando el sol en lo más alto- se desliza entre los adoquines de la calle Santísima Trinidad. El lagarto cautivo, vuelve a salir por la puerta del convento trinitario.
Apenas tuve tiempo de ojear el azul cielo: el mensaje fue claro y rápido: había que desplazarse hasta la montaña. Mi amigo jurásico me esperaba en la quietud acuática de las termas de Jabalcuz, de sus cuevas eternas e inmensas.
Caminé con celeridad por la calle del Doctor Martínez Molina; el tiempo y el espacio se confundieron, y el resultado fue celestial- así lo canta el poeta Damiani en su famosa poesía: Jesús de los Descalzos ascendía su belleza por el cantón de la Ropa Vieja.
Atravesé la Santa plaza de María. Y ciertamente en un hábil suspiro ya cerca estaba de la fuente de la Peña.
Un grito ahogado brotó de la cantera: el espíritu de los destronados yacía encadenado a la piedra; pidiendo tornar a la paz que le había sido robada.
Jabalcuz ya se veía cerca. La roca inmensa hermoseaba las estribaciones, las puertas de la dulce sierra Sur. Y en su cima unos ojos verdes: con magna cadencia comenzaron a descender por la ladera del falso volcán.
El dinosaurio desde la profundidad de la cueva encontró el sendero divino que guiaba el agua hasta su eterno reposo.

¡ Qué alegría! ¡ Qué gran milagro ocurrió!
Otra vez el verde animal consiguió lo imposible: los jardines de Jabalcuz se abrieron descolgados de la piedra y su belleza competía con el alto sol.
Pero la magna hazaña no solo quedó en la hermosura de los jardines. Enfrente, en el lugar en que la carretera se convierte en curva, a la diestra, al pie de la montaña, las termas esperaban con ansiada calma la llegada del bañista. Y al lado, en la puerta de una blanca casería, María " la Guarda " aguardaba con su eterna sonrisa, dispuesta a hacer inolvidable la visita a la montaña.

Todo volvió a desaparecer: solo sigue colgado el cartel que anuncia una pronta restauración de los baños: el anuncio lleva más de cinco años.
Y el otoño de 2019, viaja de nuevo por Jabalcuz.

Martín Lorenzo Paredes Aparicio. Jaén a 6 de Octubre de 2019. Otoño amarillo.

Promesa.

Hallo la pausa antes de decidirme. Por fin soy valiente. La firmeza de una palabra es la luz que brota en un instante. El sol aún p...