lunes, 23 de septiembre de 2019

Lagarto VIII. A Miguel del Montana.

A veces el lagarto muta,se transforma y su verde piel entre la niebla se esfuma y su silueta de animal prehistórico cambia: el magno animal se convierte en un paseante más de esta ciudad. Un jaenes más: esta vez el virtuoso animal es un pintor; su cuerpo espigado, sus manos largas y finas como el cristal y su tez morena recuerda a los grandes pintores jiennenses del XIX.

La campana llama al silencio. El convento trinitario vuelve a asomar a mis ojos. Envuelto en la más bella niebla: esta es la señal que anuncia que el lagarto va a salir. Como he dicho es un hermoso pintor.

La calle estrecha, inmaculadas sus baldosas, de un rojo mármol: un tablero de damas parece.
En esta rua del Jaén antiguo, aún perdura- y que siga por todo el tiempo- el Bar Montana.
Sus tapas deleitan el paladar del jaenes y del turista que con ojos llorosos y emocionados después de ver la magnifica Catedral, acude al socorro de la caña de cerveza y de su más famosa tapa: " Las criadillas". Cuya receta ancestral es velada como oro en paño por uno de sus propietarios: Miguel.

Es el Bar Montana un sitio atípico y diferente: más que una taberna al estilo manchego- Jaén bebé de las fuentes gastronómicas de la mancha- parece un museo.
Sus paredes atesoran acuarelas hermosisimas y bellísimos lienzos.; las pinturas son obras de los más ilustres pintores del Reino Santo.
Y el Conservador de este mágico bar-museo es Miguel: su conocimiento de la técnica pictórica es inmenso; experto en descifrar las texturas más escondidas y de encontrar como nadie esa movilidad de las sombras que hacen que el cuadro tenga vida propia. Más que un Conservador, Miguel parece un pintor: el autor de estas maravillas. A veces pienso que es un gran artista, pero su modestia y humildad le hace atribuir la autoría de las pinturas a ilustres pintores jaenitas.
La mezcla entre la caña, la gastronomía y el lienzo que ofrece este lugar es una dulce sinfonía de sentidos que te impiden salir del establecimiento.

Pero volvamos a nuestro amigo el lagarto o mejor dicho: nuestro querido pintor.
Amparado en su anonimato y cuando el sol ya comienza a despedirse por las torres de la Catedral, el artista, atrapado por el embrujo del ocaso, entró en el salón montaniano y con una cautela atrevida y sensible observaba las obras colgadas en su típica pared.
Leyó todos los lienzos y acuarelas, examinó con sus manos las pinceladas perfectas, tan vivas y puras, tan hermosas y reales.

Mientras Miguel vigilaba con ciega calma al extraño y magnífico visitante.
El pintor seguía absorto en sus pensamientos, mirando el arte clavado en la pared. Y en un descuido hermoso y rápido, sacó de su largo abrigo un lienzo y lo depósito delicadamente en una de las mesas. Y con una increíble celeridad salió del Bar.

Miguel, astuto como un zorro, no perdió detalle de tan mágica y rocambolesca escena: se acercó a la mesa y acarició el cuadro. Sus ojos lagrimearon las lágrimas más bellas; nunca había visto una pintura tan hermosa, tan bella y poderosa, tan perfectamente ejecutada.

El lienzo, escondido en un lugar seguro, espera ser amado en las paredes del Montana; aunque ciertamente depende de Miguel.
Mañana al alba cuando acuda a desayunar, le preguntaré por el sorprendente lienzo.

Martín Lorenzo Paredes Aparicio. Jaén a 23 de Septiembre de 2019. A mi amigo Miguel y a la belleza y tradición jaenera del Montana.

1 comentario:

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