jueves, 12 de septiembre de 2019

Lagarto . A Ramona.

Empezaba a cambiar el tiempo. El invierno se despertaba y no lo hacia con lluvia sino con un escandaloso frío que golpeaba el rostro de todos aquellos que deambulaban alrededor de los andenes de la pequeña estación en la que se encontraba Marcos.

Así lo debió percibir nuestro protagonista que refugiado en la vieja cantina de la estación y con la mirada perdida, observaba ese río de gente buscando su tren que los llevara a ese destino previamente elegido de antemano.

Después de tantas penurias, por fin había abandonado el campamento de refugiados griego que tantos sinsabores le dio. La vida le daba una nueva oportunidad y esta vez no estaba dispuesto a desaprovecharla.

Subió al tren casi sin tiempo. No tenía prisa en buscar su asiento: durante unos breves segundos se sintió alguien especial y recorrió el tren de punta a punta, disfrutando de ese traqueteo que lo llevaría a algún lugar que como los demás pasajeros también habia elegido previamente.
Y se decidió a ocupar su asiento, estaba al lado de la ventana.

El ruido de las bombas no daba tregua. El bombardeo comenzó a mitad de la mañana: las sirenas antiaéreas no sonaron a tiempo. Los obuses acorralaron como conejos a la mayoría de la población de Sakirm: cayeron muchos, fue una auténtica carnicería.

Marcos no podía creérselo: la escuela se había convertido en una escombrera. No les dio tiempo a llegar al refugio construido en el sótano del gimnasio. Los cadáveres de más de una treintena de niños y del profesor de gimnasia yacían en el patio.

Como pudo ocurrir. Marcos estaba fuera de si. Solo eran niños. Una de las condiciones, si es que en una guerra hay condiciones, era la de respetar las escuelas y los hospitales. Pero solo era una teoría, la realidad dictaba otra cosa.

El traqueteo del tren despertó a Marcos. Caían lágrimas de su cansado rostro: lloraba de pena, de rabia, de indignación, de dolor... Lloraba por él, por su familia- muerta toda en los interminables bombardeos- Y lloraba por los niños, alumnos suyos a los que cortaron la vida de raíz.

La ciudad parecía desclavada de la montaña: Jaén reposaba en actitud serpenteante en la ladera del cerro de Santa Catalina: el lagarto dormía plácido y tranquilo.

Unos meses después de la tragedia vivida en su colegio decidió abandonar su pais. Intentos vanos de paz no lograron hermosear la mente de los asesinos: Marcos cruzó la frontera: su anhelo al igual que el de muchos compatriotas suyos, llegar a Europa.

Y llegó, aunque cerrado y preso de la impostura salvaguarda de un campamento de indeseables.
Resistió y atravesó el Rubicón, cómo el magno César y avalado por su bella cultura y su conocimiento de diversos idiomas , claudico el maligno destino y nuestro amigo arribó en tierras españolas.

Navidad se hacia próxima, el mes frío de diciembre asomaba: las luces adornaban las calles: lindos cascabeles de luz levitaban en las esquinas. Desde la Plaza sin Audiencia hasta la plaza del indómito lagarto, hasta la Magdalena.

Ramona, residente en unas de las calles del viejo lagarto, se paseaba muy nerviosa. Quería dar a su especial huésped el más mágico recibimiento. Todo debería salir a la perfección; pues era conocedora de las penalidades del profesor.

Ramona sufrió: niña de la guerra. El alzamiento le alcanzó en un pequeño pueblo de la Sierra Sur. Con más fortuna que Marcos volvió a la capital.
Su infancia ya vieja y lejana resultó muy traumática: el padre de la joven Ramona marchó al exilio y con él sus recuerdos, pero no su familia: Ramona nunca más vio a su padre, nunca tornó al cobijo de sus brazos.
En Argentina su padre se dejó la vida, pero no la memoria.

No todo iban a ser malos vientos para la linda Ramona. Doblegó al destino, a veces cruel y caprichoso, y locamente enamorada del hermoso Felipe supo sustituir los malos augurios y su vida se abrió a la sana belleza del amor.

Nacieron dos hijos, altos y hermosos: sus expediente académicos inmensos como el Sol. Pero la fortuna para estos dulces mancebos no consintió y tuvieron que emigrar para hacer justicia a sus pretensiones y a su país.

La tarde del domingo rugía, el frío no daba tregua, sus pensamientos volaban de un lado a otro sin cierta conexión; quería recordar todo lo sucedido desde que decidió abandonar su pais. No era capaz: sus recuerdos se perdían como nubes en mitad de la nada mezclándose con historias ya sucedidas.

En estas cavilaciones se encontraba Marcos cuando vio sentada en uno de los veladores de la plaza vieja a una joven tomando con las más dulce de las dulzuras un café.
Una maleta descansaba a sus pies : el pelo rubio ,largo quizá, los ojos de un color azul cielo parecían desprender una timidez cautivadora.
Marcos incapaz de apartar su mirada de la chica. Y estos mismos ojos negros como el ébano se perdían, a la vez, asombrados en la majestuosidad de la Catedral.
Maria, azorada, sonrió.

Maria llego al principio de la tarde. El avión aterrizó en el maravilloso y cercano Aeropuerto JAÉN- GRANADA.
El autobús serpenteo con alegría la Autovía de Jaén Paraíso Interior y aparco en la ciudad del Santo Dios.
Más de un año, la bella María, fuera de Jaén . Su primera acción caminar por las arterias principales del lagarto. Su lugar de destino: las entrañas del dinosaurio.

De nuevo descubrió igual que una turista novicia, la belleza estrecha de las calles de Jaén. Ascendió por la antigua carrera de caballos para permanecer absorta unos minutos en la plaza vieja; escoltada a la siniestra por la Catedral y a la diestra por el nuevo traje del convento de San Francisco..
Lo más bello ,siempre ocurre cuando las lagrimas aciertan al aparecer. Y esto pasó al ver Maria las torres celestiales de la Catedral: el recuerdo de su padre la envolvió por un instante, por un segundo creyó ver su hermosura en el cielo.

La calle campanas contempló sus pasos y el eterno viento descendente del Cerro Almodóvar la acaricio. Y con la más delicadas de las ternuras la acuno en la ajedrecista calle Maestra: mármol donde se disputaron las batallas más hermosas de la capital.

Capto la esencia del Bar Manila: soportando como un caballero del Santo Grial, el paso del tiempo. Abriendo su corazón de salones a conversaciones y personajes.
Descubrió nuevamente el arte mudéjar del Palacio del Condestable- antiguo mandamás de esta ciudad cainita y tozuda, aunque merecidamente hermosa.
Y acerto a considerar la belleza antigua de la plaza Sin Audiencia y la calle del eminente Doctor Martínez Molina.
Por fin atravesaba las fauces del dragón.

El milagro se iba a producir: María cerca ya de su casa, consciente del enorme sacrificio de su madre. En la plaza del pato sonaron unos petardos, pronto sería nochebuena. Su madre y Marcos salieron a recibirla . Nunca un abrazo
fue tan intenso en el viejo Jaén .

Martín Lorenzo Paredes Aparicio. Rosales 3 de Agosto de 2019.

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